domingo, 17 de agosto de 2014

TÓCAME UN SIKURI


Resumen de la Ponencia presentada en el

I Congreso Internacional de Siku y Sicuris Lima Perú 2011




Pintura: José Germán Cancino Flores


Yenine María Ponce Jara


Sentada en el ruedo que formaban un grupo de mujeres aymaras a la orilla del Titikaka, escuché a uno de los pastores de alta puna que recién llegaba preguntar por mi procedencia. “Es distinto el barro de la piel de esta mujer”, afirmó. Luego entendí, las mujeres andinas tienen la textura del tiesto, son tibias y redondas como las ollas de barro que contienen el alimento. El resto de mujeres (las que no son andinas), que son “ajenas”, son frías, casi como el alimento crudo.
Los códigos culturales son el conjunto de símbolos aprendidos al interior de una cultura, que se establecen en el subconsciente de los individuos, determinan la forma de estructurar el cosmos de un grupo humano en particular, definen el significado que los miembros de un grupo le dan a las cosas de manera no consciente y establecen los patrones de comportamiento de un pueblo. Al interpretar, o “decodificar”, estos códigos culturales, entenderemos la razón de las creencias, acciones, prejuicios y actitudes colectivas de un pueblo. Estos códigos culturales no solo son un ordenamiento de significados simbólicos con los que los grupos humanos explican su entorno, sino que están dotados de una fuerte carga emocional, cuyo afianzamiento, se da en los primeros siete años de vida y son uno de los insumos fundamentales de la identidad cultural. No es la señal o el objeto lo que percibimos sino lo que significa en un universo particular.
Para aproximarse a una real percepción de la estética de nuestros pueblos tradicionales, es necesario descifrar sus códigos, las normas y reglas adscritas por su cultura y toda la simbología que ha influido en su concepción. Históricamente las mujeres en el medio andino solo tañíamos las “Tinyas”[1], no tocábamos ni tocamos otros instrumentos, por lo menos no públicamente ni en los conjuntos o tropas de tocadores, la función principal de la mujer en el ande durante las celebraciones o rituales, es el canto y la danza. El contacto de los pies femeninos con la madre tierra “Pachamama” la despierta o la adormece según la temporada agrícola de siembra o cosecha, respectivamente. El emitir sonidos instrumentales es un espacio exclusivamente masculino. La permanente búsqueda del equilibrio del concepto dual que caracteriza el pensamiento del hombre aymara y quechua, hace que se establezcan espacios femeninos y masculinos perfectamente determinados, exentos de jerarquías u órdenes excluyentes, y que solo durante el ritual pueden ser modificados u ocasionalmente transgredidos.
El andino posee una estética propia que difiere de la occidental. La danza, música (canto e instrumentos) y coreografía, están concebidas como una totalidad compuesta solo por sus partes duales, división en la que también están inmersos danzantes músicos y bailarines, recordemos además que este todo es considerado sagrado y vinculado a rituales o ceremonias.
La continua migración desde los años 40 del siglo pasado, de pobladores del sur hacia la capital de nuestro país, Lima, explica el traslado e introducción de diversas manifestaciones culturales andinas en esta ciudad, y explica la expansión de diferentes conjuntos de sikuris a los cuales se les denomina ahora “Metropolitanos”, y entre los cuales es común ver mujeres tocando instrumentos ancestrales. Cabe mencionar, sin embargo, que la mayoría de ellas van ataviadas con trajes tradicionales masculinos y escondiendo el cabello entre los chullos o sombreros, o con discretas trenzas que se pierden entre los penachos de plumas o tocados que caracterizan los prendas de los varones.
Todas ellas explican también, generalmente en tono de queja, la inicial férrea resistencia por la mayoría de miembros varones del grupo, a permitir que dejaran el elenco de danzas y se integraran al conjunto de tocadores, probablemente argumentando solo la costumbre de los pueblos de origen de las manifestaciones musicales. Esto demuestra cuán arraigados están en nosotros nuestros códigos culturales, aunque no precisemos argumentos razonados de los mismos.
La lógica occidental dominante (y todo el discurso de género), induce a modificar los patrones simbólicos de diversas manifestaciones de las culturas ancestrales, siendo el Sikuri música sagrada y de origen tan ancestral, un argumento razonable aseveraría que la imposición de modelos de la cultura urbana en cualquiera de las partes de su estructura, puede provocar alarmantes alteraciones de sus códigos tradicionales, incitando a que se pierda su funcionalidad, provocando cambios, por ejemplo en el concepto de dualidad, llevando a celebraciones más “profanas” música, coreografía, y danza que pertenecen solo a espacios rituales en el ande, tergiversando al mismo tiempo los momentos y estaciones agrícolas que le corresponden, alterando su contexto (ritos, cosecha, siembra, bodas, etc.), y transformando la esencia misma de esta música andina original. Al provocar la emisión de simbologías distintas que distorsionan las originales, se alteraría severamente los sentidos identitarios del pueblo andino.
Sin embargo recordemos algo muy importante, los códigos culturales son vigentes solo en los espacios a los que pertenecen, un código solo puede ser interpretado y permite comunicación entre los miembros de un mismo grupo; en otros espacios estos códigos culturales pierden continuidad y validez. Son los conjuntos orquestales “tradicionales” de sikuris, en sus pueblos originales, los que no permiten la inclusión de mujeres en sus grupos instrumentales.
Las mujeres de espacios más citadinos, no son consideradas “parte de ellos”, son “ajenas” por mucho ancestro andino que las identifique, por lo tanto las permisibilidades y las prohibiciones tradicionales, no son aplicables ni a las mujeres de ciudad ni en estas áreas, si bien es cierto que es poco probable que se les permita adherirse como tocadoras a un grupo tradicional en su contexto, no se considera transgresión u ofensa que mujeres de la ciudad toquen instrumentos autóctonos en su medio.
Sin embargo existen otro tipo de órdenes simbólicos, que tienen calidad de norma que no puede ser transgredida, porque dejaría de ser por lo que originalmente se le reconoce. En el sikuri específicamente, son por ejemplo la posición siempre central de los bombos (percutores rítmicos), tanto durante el desplazamiento como en posición estante, el diálogo musical entre Ira y Arka, la posición circular de los componentes musicales y danzantes y los giros en sentidos contrarios durante la danza, por que es este conjunto de símbolos lo que le da la identificación como género sikuri, sino, fuera otra cosa.

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